domingo, 30 de diciembre de 2012

Madrid 2.1

La mañana empieza con energía. La de unos churros que me zampó en honor a mi castiza madre. Sin chocolate, que es muy pronto y yo soy más de café. Salgo a correr por Arturo Soria y me cruzo con bastantes corredores que me saludan, un poco sorprendidos de ver a una cebolla con miles de capas de ropa sudando a raudales mientras ellos, mesetarios adaptados al frío, van con sus pantaloncitos cortos y sin gorro. Ellos son rudos y se pasean por el mundo a cuerpo gentil mientras que servidora está ablandada por la bondad del Mediterráneo y soporta mal el frío.

Ducha, acicale, otro café, vestido, tacones, almidón y me voy para la calle Alcalá, que me espera con los brazos abiertos y con cientos de tiendas abiertas. Compro un gorrete monísimo de color rosa y unos guantes a juego y así, hecha un cupcake, entro a por mi cañeja preceptiva en el Santa Bárbara de Goya. El sitio sigue como siempre: lleno hasta los topes, con simpáticos camareros y las cañas mejor tiradas del mundo. Patatas y gambitas saladas en el mármol, otra caña y a comer.

------
Tarde entre Louise y el Gato

Siesta. Despertar lento. Organizo una agenda para la noche que se desorganiza al cabo de un rato. Mientras, soporto ese infierno en que se ha convertido el metro de Madrid. A 12,20 el Metro bus. A huelga diaria. Oigan. Compren. Compren. El mejor servicio al mejor precio y si no, pues privatizamos y ea. A vivir que son dos días.

Tras media hora en el Hades logro llegar a la Casa Encendida, donde suena una música atronadora que parece que va a marcar mi primer día en los madriles. Música que marca el ritmo de decenas de niños que patinan en al patio central en una suerte de Roller Disco para hijos de hipsters de Huertas y Lavapiés. Hipsters que aprovechan para comprar café en la tienda de Comercio Justo del centro y tomar un brownie de avena y miso. Hay mucho niño, mucho carrito, mucha mamá y mucho papá moderno, todo muy bonito y muy familiar. O sea.

Cierro muy fuerte los ojos. Respiro. Y entro en la exposición de Louise Bourgeois.

La mayoría de piezas son del final de su vida: retales de tela pintados con figuras femeninas rosas y rojas, partituras con relojes que marcan la vida de la mujer, esculturas que recuerdan a las venus mesopotámicas y un par de esculturas sombrías, inquietantes que el vigilante me prohíbe fotografiar, eso sí, con una enorme sonrisa.







Le doy un aprobado a la muestra. Pero esperaba algo más.

Abandono la Casa Encendida y me adentro en Lavapiés, calle Amparo arriba. Parada técnica para tomar un té y visitar cierto aseo y continuo el camino hacia Sol.

Mural lavapiesero



 Té en el bar Los Chilis



Cada vez que piso el barrio algo ha cambiado: hoy son peluquerías latinas, un par de locales ginto friendly y varios bares librería. O librerías con bar, según el gusto alcohólico de cada cual. Me paro en Enclave de Libros, atendiendo a la llamada de una edición de segunda mano de Los Pazos de Ulloa. Una librería de aspecto acogedor y de espíritu anarcolibertariosindicalistahumanista de la que media hora y una larga conversación sobre el ser humano con un simpático antropólog italiano después salgo con el primer volumen de Los Conejitos Suicidas listo para regalar y Diario de Rusia, crónica de Steinbeck con fotografías de Capa que me autoregalo para Reyes. A ver si me acuerdo de ponerlo en la carta.

Sigo hacia Sol, vía plaza Benavente y callejón del Gato, donde aprovecho para pedirme una tapa de las genuinas patatas de Las Bravas y hacerme una foto en uno de los espejos deformantes que tan bien retrataron la España del 1898 y que, quizás, vuelvan a hacerlo con la del 2013.

Autoretrato esperpéntico




------
La nuit, me mata Madrit

Mensaje de Javi. Que finalmente sí sale con sus amigos, que si voy a cenar y luego a tomar unas copas. Digo que sí, no vaya a ser que me pierda algo importante. Nos citamos, y mira que me lo temía, al ladito mismo del Bernabéu. En el Alfredo's de Chamartín. Que, según me asegura Javi, sirve las mejores hamburguesas de la ciudad. Y es que quién me manda a mí quedar con el primo más castellanero que tengo para salir un sábado, pienso mientras me imagino uno de esos locales neohamburgueseros que trufan mi ciudad condal. Y que clavan más de 10 euros por una hamburguesa de las de toda la vida.

En fin, me digo. De perdidos al río. Llego, entro, y para mi sorpresa me encuentro un local de lo más popular, con una barbacoa gigante donde se gratinan unos trozos de carne con pinta bárbara, y a mi primo y un chico rubio apostados en la barra.

Marta: Cucú. ¡Hola!
Javi: Marta, muacks, muacks. Cómo estás y eso. Este es Jon, un amigo mío de la universidad.

Jon resulta ser vasco, afincado entre Madrid y Londres. Hombre de buena e inteligente conversación, con el que pasamos la mitad hablando de política y jazz. De política dice sorprenderse de que haya catalanes no nacionalistas, liberales y republicanos, como servidora. Nunca se dice nada de vosotros. ¿Y tu gente piensa como tú?

Marta: Mi gente y gente que no es mía. Lo que pasa es que somos educados y procuramos no ir gritando, no tergiversar la historia y no intimidar al resto de las personas. Es lo que tienen poner a los ciudadanos, a las personas, por delante de cualquier entelequia como la patria, la lengua y esas cosas.
Jon: Pues me sorprende. Y gratamente.

Cenamos más que decentemente y salimos hacia un bar cuyo nombre he olvidado, justo detrás del garito que tiene montado el Defensor del Pueblo en Nuevos Ministerios. Allí nos espera otro amigo de Javi, Isaac. Moreno, con chaqueta de cuadros, pelo engominado a lo Mario Conde, rosario naranja fosforito colgado del cuello y que conoce a todos los camareros del local. Luego, dice, ha reservado una mesa vip en un local cerca de la calle Serrano.

Local que será nuestra próxima parada. Y que estará trufada de vástagos de la jet madrileña enloqueciendo al ritmo del Gangnam Style, que será el momento musical de hoy. Más que nada, por que el discjockey la puso tres veces. Del tirón y sin vaselina.




Los estislismos no pueden reflejar más la zona más pija y castiza de Madrid. Ellas con ajustados vestidas de enormes cremalleras y tachuelas, ellos embutidos en las ya tradicionales camisas de cuadros combinadas con chinos o tejanos de marca. Un par de horas después hago una anchoa* y declino con gracia la invitación para seguir la fiesta en otra discoteca de la zona, salto dentro de un taxi y acabo la noche como todas las demás. Durmiendo en la cama y pensando que el día ha merecido la pena.

*Nota: hacer una anchoa es mi léxico darse el piro sin que nadie se de mucha cuenta.





No hay comentarios: