jueves, 27 de diciembre de 2012

Ea, ea. Ya pasó

Ya lo dije. Las navidades me dan un momento de ñoñería bastante acusada que me dura hasta la segunda hora de la cena de nochebuena, cuando las conversaciones familiares empiezan a invadir ciertas áreas en plan alegre. Así, como dando saltos de elefante borracho en una cacharrería aplaudiendo con una hormiga en la mano y bailando claqué.

El día de navidad hago un esfuerzo de buena voluntad y conciliación y voy a comer con el espíritu tranquilo. Y así dura hasta la segunda hora de la comida, en la que el vino empieza a dar sentido a la expresión de que la confianza da asco.

Cada año me propongo que sí, que voy a hincharme como un pavo y que soy capaz de engullir todo plato que me pongan por delante. Pero luego la cantidad de comida en la mesa me supera. Es una cantidad obscena. Una cantidad delirante, con ingredientes delirantes para luego ir a dormir la mona o a ver la última superproducción de Hollywood.

Respiro aliviada cuando acaban pero cada año me curro una playlist navideña, envuelvo yo misma todos los regalos que hago a amigos y familiares, regalo moneditas de chocolate a los niños y me pongo gorro de mamá noel. Y este año hasta he puesto un árbol enano decorado en mi casa.

Las navidades son esquizofrénicas. Por lo menos para servidora.


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Momento musical, Las Calles de Madrid, de Loquillo y los Trogloditas. Para allá que voy, a ver si Pepe Risi me deja reír un rato con él.








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