Las personas que afirman eso nunca han estado en uno.
Sólo lo conocen en su forma ideal. Los que hemos estado sabemos que la circular es una forma absoluta y que uno debe violentarse para salir de ella. Y aún así.
Un círculo, digo, resulta hórrido. Sin principio y ¡sin fin! No es posible saber dónde empieza ni cuándo acabará. En él la tensión es continua, permanente e inalterable. No sube, no baja, no muta. Igual. Y luego, igual. Y luego, igual, igual y igual y ya no se sabe si estamos en el luego, en el antes o en el ahora.
El círculo no tiene dirección, ni historia, ni tiempo siquiera. No avanza ni retrocede, es sólo una línea circular de la que no se puede salir y a la que tampoco se puede entrar. Es tiránico: o es un círculo o no lo es. No hay medias tintas o es un círculo perfecto o no es nada.
Los círculos están llenos, ahí no cabe nadie más y por eso nadie puede salir de un círculo sin romperlo. Algo que, por supuesto, los círculos no están dispuestos a permitir.
Alguien, alguna vez, dibujó un círculo. Los sabios se alertaron y corrieron a desglosarlo en radios, circunferencias, diámetros y arcos intentando, ¡ay vanidad¡, acabar con la tiranía del círculo mediante una razón de taxidermista. Pero el círculo ya estaba aquí. Y reía, y reía y reía a la idea de que unos simples humanos fueran a la vez tan excelsos y tan locos como para crearle y pretender acabar con él.
Esa risa sólo cesó cuando lo utilizaron para crear un triángulo.
Daniel Phillips, CC |
La risa, digo, enmudeció y hoy el círculo espera soberbio al temor de los humanos que, por contra, no hacemos más que alabarlo.