Pero claro. Era joven, estudiaba Humanidades y me interesaban más las ideas de Petrarca, las columnas dóricas, lo que Balzac retrataba y las bella mitología que se recogía en la Metamorfosis. Mi sueño era escribir como Camus, arrinconar a Heidegger, abrazar la cultura camp, estudiar lo que pasó en la línea Maginot y viajar a Xi'An en busca de los míticos guerreros de Terracota mientras debatía sobre la subcultura de posguerra en Estados Unidos. La política me daba tanta rabia como hoy, pero aún no tenía la responsabilidad de denunciar sus crímenes.
Luego, estudié periodismo, así en minúscula, en un arranque de responsabilidad social y un intento que se vería vano por ganarme dignamente la vida. Y vi que era una disciplina que en su forma ideal era brillante pero en su forma real, una puta más de los poderes del reino. Así que puestos, ya mejor me olvido de la responsabilidad social y me dedico a la publicidad. Total, te vendes igual pero ganas más pasta. Adiós ideales, adiós inocencia, adiós altos vuelos. Posgrado publicitario que va, y a vivir entre las brumas del marketing, las métricas, los copies y el ahora ya a ver si vendemos.
He vuelto a las aulas. Digo. En un intento de reconciliarme con la cultura. En un capricho de retomar aquello que me gustó tanto hace más de diez años: bucear en la cultura humana y sus más bellas u horrendas manifestaciones. Ahora ya sabida y con el cuerpo engrasado para los debates cuerpo a cuerpo. Y de paso, saludo a mis antiguos profesores y que me cuenten qué ha sido de sus vidas.
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Momento musical. Un clásico que me recuerda siempre al colegio. The Wall de Pink Floyd.
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