martes, 9 de abril de 2013

Bon voyage, Sara!

Robo el título de esta entrada a Neus Hilari que ayer se despedía de Sara Montiel utilizando estas mismas palabras. Y sí, se murió. Saritísima, aquella mujerona con un par de bemoles bien puestos que se atrevió a saltar a Holywood cuando por estos lares el café aún se hacía con achicoria. Esa señora cupletera que actuaba fatal y cantaba aún peor. No importaba. Sara era una diva. Tampoco era simpática y sonreía más bien poco: prefería mantener sus labios de piñón entreabiertos y como desvelando a medias una humedad aterciopelada que salía a chorros cuando hablaba. 












Sara, en realidad, miraba. Y lo hacía con intensidad parda y unos ojos muy abiertos que sabían que por muy inteligente que fuera su papel era el de objeto sexual. Potente, con presencia, pero objeto. Y pestañeaba lánguida, con una dejadez que su corpulencia contradecía. Incluso ya de mayor, cuando le dio por casarse con cubanos gays y faranduleros, imponía su físico más que cualquier otro hombre o mujer que la rondara. Fue la estrella internacional de una nación ensimismada, antes de que los pijo progres empezaran a dominar el espectáculo patrio dando lecciones de moralina y viviendo a todo trapo al otro lado del charco. 





Era divertida y hasta el final lució una caradura como un piano ante los medios de comunicación, que dominaba perfectamente. Rotundidad. Fotogenia. A Sara nunca la pillaron en un renuncio e incluso cuando lanzó su famoso "pero que invento es este" se nos escapó la sonrisa ante una estrella que asumió ser un icono kitsch, divino de la muerte, hasta que esta se la llevó ayer. Supongo que a seguir tumbada en un diván, soñando con cuplés y fumando un habano de esos que tanto le gustaban. 

Ciao, bella! La pase usted bien. Aquí servidora la echara de menos. 


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Momento musical, La Violetera, cantada por Sara. Con la lagrimilla en el ojo. 





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