viernes, 23 de noviembre de 2012

Apolo

Hermano de Afrodita. Bello, hermoso, solar. Luz, perfección, equilibrio. Nietzche lo situó como la cara oscura de Dionisios, pues cuando es mediodía y no hay sombra el universo es más feroz, más lacerante, más violento.

Yo a Apolo siempre lo he visitado por la noche, cuando todos los gatos son pardos y la música entra en vena con un poquito de ayuda para hacer que bailes, y bailes, y bailes, y bailes hasta el amanecer. En Apolo he visto conciertos, fiestas, cumpleaños y ferias de arte. Y así sigue siendo, pues las nuevas generaciones son siempre apolíneas y desconocen los placeres secretos del alter ego dionisíaco.

Ahora, los de siempre, los que ayer llenaron la ciudad de urbanos que paraban indiscriminadamente a peatones, ciclistas, perros, coches, motos y cualquier cosa que se moviera para amonestar, amedrentar y multar que hay que engordar las arcas, han decidido que el mito tiene problemas estructurales y que Apolo debe morir. La tentación de lanzarse al insulto es alta. De momento, me contendré.

Prometo una reflexión sería sobre el ayuntamiento de Barcelona en otro momento. Hoy es demasiado pronto, demasiado viernes, demasiado fin de semana y prefiero entregarme a las artes de Apolo, Dionisios y Afrodita.


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