Raquel dice que mi gata no me quiere por qué
soy una mujer y que una hembra nunca puede querer a otra hembra. Puede que
tenga razón pero yo he visto como muchas señoras pasean a sus perritas por las
calles, y cómo estas las miran con arrobo y sumisión.
Raquel suele presentarse en mi casa sin
avisar, por sorpresa, para contarme sus penas, que según ella, son las más
graves del mundo. Ella piensa que es el centro del mundo y que una suerte de
ciencia infusa le ha dado el privilegio de ser guapa y de tener para ella a
todos los hombres que quiera.
Al último novio lo dejó con la excusa de que
no daba la talla suficiente en la cama, cuando en realidad ella nunca quiso
acostarse con él. Sólo lo hizo para poder coger una de sus famosas rabietas y
venir a llorar a mi casa. Le encanta llorar en mi casa porque sabe que todos
los vecinos escuchan sus lamentos y al día siguiente, cuando se ha duchado en
mi baño, ha usado mis cremas y se ha puesto mi mejor vestido, algunos llaman a
la puerta, la miran con mohín de pena y le preguntan cómo está. Que si se
encuentra mejor y que ya sabe dónde puede encontrarlos si necesita lo que sea.
Lo que sea.
Dice Raquel que se preocupa mucho por mí y yo he decidido matarla. A lo mejor así la gata me quiere
más.
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