domingo, 3 de noviembre de 2019

La piscina

Caminó hasta el borde de la piscina, a esas horas vacía. Eligió el carril central, ese que suele estar reservado para los nadadores rápidos. Se colocó el gorro rosa desde la nuca hacia la frente y se puso las gafas. Primero sumergió una pierna y, luego, la otra. Después la tripa, el pecho y la cabeza. Y ¡a nadar!

El agua recibió a Marta con la paciencia propia de un elemento acostumbrado a soportar la densidad de los cuerpos humanos para hacerlos flotar. "Estoy aburrida ya de esto", se dijo, "un poco harta de tanto humano patoso".

Pensó en delfines, sardinas y tiburones. Pensó en algas ondulantes y corales de hermosos colores. En cangrejos que caminan de lado y en las burbujas de los bivalvos. En tortugas y focas surfeando corrientes y en el elegante nado de los pingüinos. Los átomos de hidrógeno y oxígenos se pusieron nerviosos y se agitaron.

"¿Es que aquí nadie juega conmigo o qué?", gritó el agua ya indignada. "¿Qué cojones les pasa a estos humanos, que sólo saben ir de un muro a otro?" El agua miró a Marta, que nadaba concentrada en brazadas y patadas. Sonrió,  se onduló e impulsó corrientes calientes por aquí y frías por allá para dificultar el nado de Marta.

Marta cesó de nadar y se dejó voltear. Si el agua quería jugar, no iba a ser ella quién se lo impidiera. Poco a poco, el agua se calmó y permitió a Marta llegar hasta el borde de la piscina.

Marta salió de un salto. Tocó el agua con la punta del pie para darle las gracias por el meneo. "Ya veréis, queridos, la que os tiene preparada hoy el agua de la piscina", pensó al cruzarse camino a la ducha con la clase de natación infantil de las cinco de las tarde. Sonrió y desapareció por la puerta de los vestuarios.


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Momento musical. Huesos, de Los Burros
En homenaje a mis 50 kilos, que también se lo valen.






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Coda
"Recuerda la fábula de los dos ratones, el uno montaraz, y el otro doméstico; y observa el temor y la huída de éste." 
Marco Aurelio, Meditaciones, Libro XI



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