Y el denominador fue la década en la que los treintañeros descubrimos los tejanos rotos y las camisas de cuadros, el grunge y el britpot, los besos y el sexo, la literatura y el arte, el alcohol y las drogas, las motos y los coches, las Doc Martens y las Converse, las tardes en el parque con los amigos y las noches en conciertos en discotecas.
- Me levanté y me calzé mis Martens ocre que llevan protegiendo mis pies desde el 95 y que combiné sabiamente con un jersey de ese color de punto gordo, mini negra y medias tupidas.
- Guay, mogollón, está chulo, mola mazo, genial, vacila a saco. Léxico de adolescente noventera de cole bien que suelo utilizar a menudo, como me indicaron ayer.
- Salí de tiendas y vi camisetas con fotos de Jonnhy Deep y Vanessa Paradis, de Lenny Kravitz de cuando las rastas, del Nevermind de Nirvana e incluso de Green Day. También pantalones de pitillo desteñidos, camisetas denim y zapatos tipo boogie. Una estética que me conozco de memoria y de la que puedo encontrar reliquias si hurgo en el fondo de mis armarios.
- Me acerqué a la Bodega del Poblet a ver el fútbol y me encontré con Mario detrás de la barra. Conversamos como cuando en los 90's regentaba el Snoopy de la calle Provenza.
- Uní mis pasos a la de unos parroquianos habituales, que iban disfrazados de Mia Wallace y Vincent Vega y acabamos en el concierto que The Primitives daba en Vilapicina. Sonido a caballo entre el rock de toda la vida, el petardeo punk y la melodía brit que me llevó a la adolescencia.
Os los dejo a modo de momento musical. Really Stupid, The Primitives. Y ya me diréis si habéis o no habéis bailado estos sonidos.
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