lunes, 25 de febrero de 2013

Allá por el 2010

Hace ya casi tres años que mi alma recorría los sonrientes países del Sudeste de Asia, mochila al lomo y gorra en la cabeza.

Hoy recuerdo con nostalgia el sol lechoso del trópico, el pasar horas y horas conversando con el culo en una alfombra sin otra cosa que hacer que esperar la llegada de las olas a la playa de Medewi. El no saber si me quedo un día más en Phnom Phen o cojo mañana el autobús para Battambang, si mañana comeré arroz o fideos, fideos o arroz. O negociar a muerte el precio de una camiseta en el mercado de Chattukak mientras tomo un infame café del Seven Eleven en Bangkok. El aprender a cocinar la Rosa Blanca en Hué o bucear las aguas de Mar de Andamán. U oír la llamada a la oración en Singapur mientras el aroma a curry me guía hacia un restaurante hindú donde familias enormes sacian sus también enormes estómagos. O ver cómo los monjes duermen en un hermoso Wat en Luang Prabang o cómo los notables de un pueblo perdido en los escarpados montes de Laos matan a un pato para cenar.

Todo eso. Y los trenes. Y las motos. Y las calles. E incluso los aeropuertos sucios y las cucarachas en el baño.


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Momento musical, que como hoy me he levantado hippiosa va a ser un poco (sólo un poco) revindicativo, Je veux, de ZAZ. En su versión callejera.



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