jueves, 11 de diciembre de 2014

La esfera de las cosas buenas (cuento dedicado)

Érase que se era un niño rubio de ojos azules que habitaba cerca del mar, a pocos metros de unos acantilados que cortaban el océano. Era este un niño despierto e inteligente que pronto entendió que el mundo se podía modelar y se propuso hacer de él un lugar mejor. Primero, observó y vió que si apretaba un interruptor se encendía una bonita luz, que si pulsaba una tecla salía una hermosa nota y que si giraba una palanca un motor se ponía en marcha.

Todo aquello le entusiasmó y decidió que su vida se construiría gracias a los botones, las teclas, los interruptores y las palancas. Haría un panel esférico del que surgiría todo aquello que le gustaba.

El niño buscó en todos los rincones del mundo los mejores botones para construir su esfera y a cada uno de ellos le asignó una función. La tecla negra serviría para borrar las pesadillas, la amarilla para invocar a la lluvia, la verde para hacer chocolate, la roja para llenarse de besos, la naranja pedir pedir al sol que saliera, la morada para aprender lo desconocido y así con todas las cosas que le gustaban. Dibujó unos planos y empezó a construir su esfera en secreto pues pensaba que un invento como ese sólo se podría enseñar cuando estuviera acabado.

Un día los mayores se llevaron al niño de ojos azules a una isla remota donde hacía calor y olía a maíz. El pequeño se encontró con su maleta ya hecha. Había que irse ya y no tuvo tiempo de llevarse la esfera de los botones de las cosas buenas que tenía a medio construir.

El niño creció y olvidó su esfera de los botones de las cosas buenas. Seguía siendo una persona despierta e inteligente, de modales agradables, pelo rubio y unos ojos azules que brillaban cuando algo le interesaba. Era un hombre sabio y feliz y así lo veían los demás. A veces, pero, le embargaba una nostalgia que no acababa de entender. No sabía qué era lo que echaba de menos. Era algo importante, eso seguro, pero no sabía qué.

Una noche recibió una llamada: tuvo que volver rápido hacia el norte, allí donde los acantilados cortaban el océano y el aire sabía a salitre. Llegó tarde, cuando ya no se podía hacer nada y se refugió en la casa donde había vivido de niño para pasar el duelo y digerir la tristeza.

Y, allí, enterrados entre antiguas sábanas y juguetes de infancia encontró los planos de la esfera de las cosas buenas.

Hoy el hombre rubio de ojos azules sigue fascinado por los botones y construye su esfera con paciencia. Vive cerca de los acantilados que cortan el océano y sabe que algún día acabará su trabajo y que, entonces, podrá hacer del mundo un lugar mejor.

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