Veamos.
No entiendo el hippismo hisptérico que se ha adueñado de la mayoría de las manifestaciones culturales de Barcelona. Digo manifestaciones culturales por decir, que no les veo yo la C mayúscula. Aunque sí son una muestra antropológica interesante que llevo observando un cierto tiempo.
Edad y creencias
El espécimen hippihipster tiene menos de 25 años seguro. Los hay de 14, de 18, de 20, pero nunca de 30 para arriba. Este ser suele pontificar sobre lo humano y lo cotidiano como si no hubiera un mañana en un discurso basado en lo guapis que lo consideran las amiguis a los que saluda con un holis. Los temas tienen una temática limitada que versa sobre el estilismo de Blake Lively, los cupcakes, el último disco de una tal Annie B Sweet y la cría de gusanos de seda para conseguir el material handmade para la próxima clase de croché. Todo en tonos pastel, suaves y dulces hasta la naúsea.
El especímen hippihipster pretende tener la razón siempre y para él el vermut del Priorat que tomó el pasado domingo en el nuevo local de aperitivos del barrio es sin duda el mejor del mundo. Y el último concierto de Mishima, que fue lo mejor que se ha oído en la vida en las salas de concierto de la ciudad condal.
Gustos y usos sociales
Al espécimen hippihipster le gusta ir a ver películas egipcias experimentales al Verdi o, mejor, a la Filmoteca que esta en una calle llena de putas, chulos y dominicanos y es una auténtica experiencia de vida al filo del abismo. Luego, este tipo corre en su bici plegable a merendar un cupckake de colorinchis a un local de aires entre vintage y provenzal con una carta de tipografía handmade en caja alta. Y así pasa su tiempo libre.
El espécimen hippihispter adora los tatuajes y lleva el cuerpo moteado con sus imágenes preferidas que son hormigas que corren sobre su hombro, bigotitos de gato que rodean su ombligo y hojas de cerezo en flor para adornar el empeine. Corte de pelo años 50, zapatos de los 80 y relojes de monja completan el look.
Para el espécimen hippihipster este modo de vida va acompañado siempre y sí o sí de el último modelo de Apple, ya sea en formato tableta, ordenador o teléfono. Y, por supuesto, jamás de los jamases conversará con las amiguis más de dos minutos si no es vía Line.
Conclusión
Entenderéis, queridos, que servidora se vea obligada a ser cada vez más snob y clásica. Tengo que defender mi sensibilidad ante este subidón de azúcar buenrollista permanente. Porque, en realidad, el vermut del pueblo x y el pueblo y del Priorat son casi lo mismo, el ultimo disco de Mishima es igual de mierdoso y aburrido que el anterior, las pelis egipcias experimentales son un coñazo, los cupcakes son bomba de calorías de sabor asqueroso y el croché no tiene ningún encanto.
Y además los hippihipster no se drogan, no beben, no follan, no hacen deporte, no saben lo que es beberse tres Manhattans y acabar debajo de una mesa de caoba, ni ven partidos de fútbol. Jamás pisarán una tasca, ni un bar de abuelos, ni un asador. La cerveza les parece lo peor y nunca comen una paella en el puerto. No saben llevar una moto, ni se han quemado con el sol y ni se les ha corrido el rímel después de una noche interminable.
Pero, como a todo joven, se les pasará la juventud.
Y, como yo ahora, escribirán sobre las nuevas generaciones que son incapaces de entender. Cosas de hacerse mayor.
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Momento musical. Una canción que vengo escuchando desde hace unos días y que me viene al dedillo para mi speech de hoy. La Complainte du Progrès de Boris Vian