Los guiris se han adueñado del barrio. Definitivamente. Hacen cola estoicamente para coger el Bus Turístic, vaso Starbucks de color indefinido en mano. Se abrazan a las palmeras del parque y se fotografían como si entre sus manos tuvieran una piña gigante. Siguen comiendo las dudosas paellas (por decir algo) Paellador, llevando uniforme (beige y blanco los mayores, vestidos y camisas de flores los jóvenes, gorras todos) y hablando con los pakis de las tiendas de souvenirs en una ristra de idiomas. Son muchos, y ahora también van en bicicleta y en una suerte de triciclo motorizado ofertado por el excelentísimo ayuntamiento.
Yo sigo con mis granizados de la Jijonenca, el vermut de la Bodega y los croissants del Turró, oasis todos en medio del turista universal.